Nadie es profeta en su tierra
por: Marcos Bertorello
Me encontré con la literatura de Gardini a principio de los 90. No recuerdo bien cómo fue, aunque no me resultaría difícil recuperar el momento. En esa época casi leía solo literatura de género: ciencia ficción, fantasía o terror. En ese orden. Por lo tanto solo leía autores extranjeros. O colecciones donde predominaban autores ingleses o americanos. Para esa época, en los años 1990 y 1991, salieron dos números especiales de la revista El Péndulo. Eran revistas-libros con una selección de textos exquisitos hecha por un editor, también exquisito: Marcial Souto. En el segundo tomo, había un cuento de Gardini, El miedo a la oscuridad. No sé si me llamó mucho la atención ese cuento, creo que no. Lo que si pasó fue encontrarme con un impulso vital de gente que quería darle visibilidad a la escritura en castellano de los géneros que a mí me gustaban. Ese impulso me llevó a comprarme los números atrasados de la revista. Los busqué, los encontré y los compré. En pocos meses tenía la colección entera en sus dos temporadas.
Ahí leí a Gardini traductor. Leí algunos cuentos de Cordwainer Smith. Me sentí completamente seducido por un autor que hacía de la ciencia ficción una experimentación poética. Y presté atención al traductor. Poco después, encontré su novela, El libro de la Tierra Negra y la colección de cuentos de los 80, Mi cerebro animal.
Cuando Gardini ganó por primera vez el premio UPC, yo sabía quién era. Recibía la revista de Luis Pestarini, Cuásar y alguna de las publicaciones españolas, Gigamesh (cuando era una editorial marginal), Bem y alguna otra. Y en 2004 el diario Página 12 publicó una colección de libros de Ciencia Ficción y Fantasía, donde leí las dos novelas cortas de los premios UPC (1996-2001), Los ojos de un Dios en celo y El libro de las voces.
Creo que cuando leí esas novelas entendí algo del proyecto narrativo de Gardini. O mejor, se me ocurrió pensar que Gardini usaba al género como un medio para expresar una forma poética de entender el lenguaje. Y esta idea me llevó a otras perplejidades: encontrar que la obra de un autor de elegancia poco común, logra apropiarse de tópicos clásicos de géneros populares; que su trabajo narrativo tuvo más que ver con una depuración lingí¼ística muy clásicamente literaria (en el sentido estético del término) que con una pretensión cientificista o predictiva muy propias de cierta forma vulgar del género.
Al planear la segunda temporada, ya sabíamos que queríamos un número especial acerca de Carlos Gardini. Y también habíamos planeado que una sección de cada número fuera una entrevista. Pero Gardini había muerto el 1° de marzo de 2017. Y su ausencia nos puso contra las cuerdas: ¿cómo acercarnos a la persona detrás de la obra? Porque creemos firmemente que las personas que dejan este plano también dejan mucho de sí entre sus seres queridos, nos propusimos contactarnos con su única hija, Paula Gardini.
Ella accedió casi de inmediato.
Nos encontramos en un bar en Monroe y Balbín.
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Paula habla de su padre con admiración y una tristeza especial, ese tipo de sentimientos que nos deja la vida cuando nos enfrentamos a un acontecimiento injusto, inesperado. Lo describe como un tipo atrapado por su trabajo; dice: Mi papá era un hombre muy metódico con sus horarios de trabajo y, si bien no tenía horarios de oficina que cumplir, acostumbraba seguir una rutina bastante estricta que él se imponía. Algo así como que todos los días de 8 a 12 y de 13 a 20 traducía. Cuando estaba escribiendo algo a veces alteraba su rutina y se quedaba hasta más tarde. Los fines de semana también trabajaba, tal vez más relajado, pero siempre unas horas. Apasionado por la lectura y el cine.
Carlos Gardini estuvo casado con Mirta Susana Mayer, la madre de Paula. Y entre ellos dos lograron uno de esos pocos milagros que existen en la vida de los humanos: construir un universo de complicidad, amor y rutina. Mi mamá falleció el 17 de febrero de 2004. Eran el uno para el otro, siempre estuvieron muy enamorados y eran muy compañeros. Se ayudaban en todo, trabajaban mucho juntos. Mi mamá era profesora de filosofía y letras y en un momento hacían una revista para la Universidad. Pero todo el tiempo mi papá escribía y mi mamá era la primera en ver y revisar sus trabajos, mi mamá tenía un taller de corrección y con mi papá seleccionaban los textos y todo. Tal vez por eso, Paula, habla del cambio de vida de su padre; dice: mi papá fue una persona antes que muriera mi mamá y otra diferente cuando ella murió, así que es medio difícil a veces explicar cómo era... depende de en qué momento de su vida. Yo lo recuerdo de mi infancia como un padre muy cariñoso, de buen humor, muy a lo tano con sus explosiones de enojo con algunas cosas (sobre todo con temas políticos) y al rato de nuevo como si nada. Mi mamá y mi papá pasaron momentos muy grises cuando fue la guerra de Malvinas y también me acuerdo perfectamente la alegría de la vuelta a la democracia, los festejos en la calle y ellos que estaban tan emocionados. Nunca fue de tener miles de amigos, pero se hacían reuniones en casa, mi papá tenía un humor muy especial y la gente se reía mucho de sus comentarios ácidos. Era muy amable, muy educado en los tratos, evitaba confrontar. Era un curioso de todo, había leído de todo y era como una enciclopedia. Yo siempre decía que era como una base de datos, porque además de la literatura (que era digamos lo suyo), le interesaba todo lo relacionado con la ciencia, la astronomía, la política, las artes, la medicina... lo que se te ocurra (menos el deporte, eso sí que nunca le llamó la atención). Por eso siempre era interesante charlar con él. Cuando murió mi mamá, mi papá se transformó en una persona muy gris, triste y con pocas ganas de vivir. Se aisló mucho de todo y de todos, pero siguió traduciendo y escribiendo, su trabajo era su refugio y su lugar seguro. Se enojaba mucho y perdió su buen humor.
Y cuando le pregunto acerca de la obra de su padre, ella transmite una sensación de sorpresa por partida doble: por un lado, lo extraño de que una vocación literaria tan definida surja en un contexto ajeno a la vida "académica" y por otro, el poco reconocimiento de su obra en el medio local: Era hijo único, sus padres se llamaban Rosa Ana D'Angelo y Oscar Napoleón Gardini. Sus padres ya eran nacionalizados argentinos, pero hijos de italianos y con costumbres italianas. Los abuelos de mi papá eran italianos y vinieron de la región de Campobasso. Mi abuela era costurera y mi abuelo manejaba un taxi y hacía trabajos de obrero.
Asemás de varios premios y reconocimientos, Gardini ganó tres veces becas de escritura creativa: Beca Fullbright para escritores, miembro del International Writing Program (1986) University of Iowa. Participante en el Translation Workshop de la Universidad de Iowa (1988) y Beca externa Fondo Nacional de las Artes (1988).
Lo que tal vez pinte algo del descuido que nuestra cultura tiene con sus representantes sea lo que la misma Paula recuerda de su padre respecto de su obra: él no hablaba de su caso personal, era muy modesto para esas cosas. Más que nada era en tono "en este país no se reconoce a los artistas, a los escritores, etc". Era muy difícil para él cuando quería publicar y creo que siempre esperó que se lo reconociera más en su calidad de escritor. Como dijimos, no era bueno para el autobombo y eso lo hizo menos "público".
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Paula Gardini es profesora de inglés y traductora científico-literaria egresada de la Universidad del Salvador.